En esta sección hablaremos sobre sexualidades, tratando diferentes temas que en la sociedad son tratados como tabú.
Erika Irusta, terapeuta menstrual
Para darle comienzo a esta sección del blog en el que hablaremos sobre las sexualidades, introducimos un vídeo sobre Erika Irusta y su gran labor como terapeuta menstrual. También os dejamos su blog en caso de que esteis interesadas en buscar más información. Además, tres preguntas que siempre le hacen a Erika. Esperamos que las disfrutéis.
Erika, tú hablas de que el ciclo menstrual afecta en nuestra percepción del mundo a nivel no sólo físico sino también mental y emocional. Pero esto ¿no nos vuelve a posicionar como seres falibles sujetos a sus hormonas? ¿No nos hace ir hacia atrás en los logros conseguidos por el feminismo?
Primero de todo, que el ciclo menstrual afecta a nuestra percepción del mundo a tales niveles no lo digo yo. Esto es así. No es que a mí se me haya ocurrido o me haya caído de la cama. El ciclo menstrual es, entre tantas definiciones, un compendio de niveles hormonales que modifican el cuerpo, así como la mente (aunque prefiero decir sólo cuerpo, porque la dicotomía cuerpo-mente es una explicación cultural-patriarcal errónea). Las hormonas influyen en el comportamiento y éste en las hormonas. Somos un cuerpo. Y este cuerpo es un sistema abierto y permeable al entorno, a la cultura. Además, este cuerpo es un cuerpo social y es un cuerpo sexual, entre tantos otros niveles.
Pero, de todas, todas somos un cuerpo. Un cuerpo que culturalmente se define en patrones de género (aún andamos con estas cosas) y por tanto es un cuerpo femenino con la tendencia común de identificarlo como mujer. Este cuerpo femenino tiene unas implicaciones sociales y culturales determinadas que nada tienen que ver con el diseño biológico de éste. Sí, mucho tecnicismo pero lo que quiero decir es que nacer con un chochete y unos niveles de hormonas determinados no debiera determinar el trato a recibir por parte de nuestra sociedad. Pero esto no es así.
Nuestro cuerpo menstrúa y ovula y está sujeto a cambios tan reales y tan carnales que, si seguimos alimentando la idea de que ni es real, ni siente, ni padece, acabamos cayendo en la sospecha de que una está loca
Nuestro cuerpo (nosotras) vivimos en una sociedad en la que tener un cuerpo hormonal femenino tiene muchas implicaciones, muchas responsabilidades y muchas dificultades que difieren de las de un cuerpo hormonado masculino (sí, ellos también tienen hormonas). Entre las dificultades, quiero señalar la ignorancia que cada una tenemos sobre nuestro propio funcionamiento. En nuestra sociedad, mujeres universitarias (supuestamente las más preparadas) desconocen cómo afectan los niveles hormonales en su día a día pese a que, por experiencia de vida, todas sepan que el carácter les cambia en unos días determinados o que las tetas se les hinchan en otros tantos.
Otra de las dificultades que hay es la de concebir desde la cultura el cuerpo femenino como un cuerpo falible, poco estable y por ello poco confiable. Durante muchos siglos, en nuestra sociedad, se legisló para que las mujeres no pudieran ostentar cargos “importantes” (los hombres son los que determinan qué cargos son o no importantes) debido a los cambios de humor y cambios físicos de su endeble/enfermo cuerpo. Con el paso de tiempo y gracias a mis madres simbólicas (feminismo de los años 70) se consiguió que el cuerpo femenino no fuese una traba para conquistar el mundo público. De ahí se promovió la nueva idea de que la menstruación no nos podía afectar. Se gritó que nuestro cuerpo no nos podía frenar. Nuestro cuerpo se dibujó como nuestro eterno traidor y se buscó caminar por encima de él y sus “limitaciones”.
Este movimiento de superar al cuerpo sólo pudo y puede hacerse de manera simbólica porque la experiencia humana es tal porque ocurre EN un cuerpo. Pero bien, esta estrategia fue adecuada a la época. Gracias a ella pudimos salir a la calle, estudiar, trabajar, desempeñar cargos “importantes”; pudimos decidir sobre nuestra maternidad (ahora ya no). El cuerpo como ente abstracto limitador y cómplice de la opresión femenina moría pero quedaba y queda el otro cuerpo, el real. Y éste menstrúa y ovula y está sujeto a cambios tan reales y tan carnales que, si seguimos alimentando la idea de que ni es real, ni siente, ni padece, acabamos cayendo en una espiral neurótica (que me perdonen las psicólogas) que produce, entre otras tantas cosas, las sospechas de que una está loca. Y éstas son ciertas en tanto que cuerpo simbólico (lo que una cree que es por lo que aprende a nivel cultural) y cuerpo encarnado (la piel y los huesos de una) no coinciden en Uno-Único. Es cuando decimos la recurrente frase de “es que yo vivo en mi cabeza”. Que quiere decir: “Vivo en esa paja mental que me he creado en torno a mí pero que no soy yo, no al menos completamente, porque estos huesos, humores y hormonas me llevan la contraria diariamente. Y entre lo que creo de mí y lo que me sucede corporalmente, sin duda creo firmemente en lo que me imagino/dicen que soy”. Emmmmmm, ¿perdone? Aquí hay algo que chirría y hemos de poder ponerle nombre.
Esta dicotomía cuerpo- mente que tiene su origen en los nobles patriarcas de nuestra historia (historia sin H porque la Historia es la que cada una vivimos cada día) fue lo que permitió que allá por los 70 nuestras mamás simbólicas pudieran salir de casa (pero sin dejarla nunca, porque como dice Rosi Bradotti las mujeres nunca salieron de casa) y es lo que hoy nos genera esa neurosis (de nuevo discúlpenme psicólogas) y esa incomprensión sobre nuestro propio funcionamiento.
Así que resumiendo, no. Conocer nuestro cuerpo carnal no nos limita, ni nos mete en casa. El asunto es que los límites siempre estuvieron en la cultura patriarcal, jamás en nuestro cuerpo carnal. Que sí, que el cuerpo tiene límites y resistencias como todo en este mundo. Pero el cuerpo femenino no es peor que el masculino. Quien otorgó estos valores fue la cultura de los patriarcas. Y es esta cultura la que hemos de cuestionar, desmenuzar, reventar, dinamitar, _____ (pongan aquí su acción preferida), NO a nuestro cuerpo. Como feminista e hija simbólica del feminismo diré que mi tarea es la de traer el cuerpo al cuerpo y limpiar, hasta mi último aliento, lo que la cultura patriarcal ha ensuciado en relación a nuestro cuerpo femenino. La menstruación, el ciclo menstrual, es una de las evidencias y particularidades de nuestro cuerpo que más han pervertido y mancillado. Yo me dedico a recuperar nuestra dignidad y nuestro orgullo de mujeres menstruantes. Así que no, no es un paso atrás. Es un paso adelante.
2. Dices que menstruar mola. ¿Quieres decir que menstruar es guay? ¿Esto no es como un anuncio de compresas? Porque menstruar duele, o a muchas nos duele, ¿No es engañoso? ¿O quizás naíf?
Menstruar mola pero en esta sociedad duele. Con esta frase quiero resumir todo lo que he explicado en la pregunta anterior. El hecho fisiológico de menstruar no ha de doler (salvo patología que ha de ser investigada y tratada correctamente) pues no hay nada diseñado fisiológicamente que esté sano y duela. Culturalmente se ha aceptado la idea de que los ciclos de la mujer (incluidos los de la maternidad) han de ser dolorosos porque el dolor es propiedad de la mujer. Habernos criado con el “parirás con el dolor de Eva” generación tras generación, es clave para comprender el dolor como un rasgo identitario del cuerpo femenino y de ser mujer.
La vergüenza, el miedo, la angustia de que tu cuerpo “te traicione” con una mancha o un olor genera estados de alerta que nos hacen sentir más vulnerables
Pero hay más calado cultural que provoca los dolores menstruales. El sentimiento popular (que es una realidad) de inadecuación que vivimos las mujeres y las personas con cuerpo femenino provocan altos niveles de estrés que impactan directamente sobre nuestro balance hormonal. La vergüenza, el miedo, la angustia de que tu cuerpo “te traicione” con una mancha o un olor genera estados de alerta que nos hacen sentir más vulnerables. Se suma el profundo desconocimiento que tenemos sobre nuestro funcionamiento así como la tendencia popular a delegar nuestra salud y cultura corporal a lxs médicxs y a la industria farmacéutica (que se dedican a patologías, y el ciclo menstrual no lo es), lo cual nos merma presencia y capacidad de actuación en nuestro propio cuerpo.
Por otro lado (entre tantas otras cosas) están las demandas incesantes de esta sociedad de consumo en la que la producción es el eje del valor y desempeño humano. Ante la demanda de descanso que puede hacer nuestro cuerpo el día que menstruamos, respondemos negando nuestra necesidad: 1. Porque no somos una mujercitas pusilánimes y nuestro cuerpo no nos va a traicionar y 2. Porque, por mucho que quiera descansar, he de generar ingresos o al menos no dejar de ganarlos en una sociedad en la que se vive una situación de crisis mundial en la que tener trabajo parece ser un regalo de los dioses en lugar de un derecho fundamental.
Así que cierto es que menstruar en esta sociedad no mola nada. Apesta, diría yo. Pero la acción y el hecho de menstruar no son el fallo. De nuevo nuestro cuerpo no es el defectuoso. Hemos de canalizar la ira que lanzamos sobre nosotras mismas (nuestro cuerpo) y orientarla hacia el sistema, ya que es el que, a través de la cultura, nos ha enseñado a mutilarnos para caber en sus limitados, imposibles y crueles moldes. Moldes que se basan en cuerpos masculinos y que incluso ni a estos representan. Así que cada vez que decimos: “¡Odio mi regla!” podríamos estar diciendo: “¡Odio este sistema de mierda que no me permite ser como soy!”, porque ésta es la realidad que late bajo esas frases de odio hacia nosotras mismas. Jamás entenderé cómo podemos preferir insultarnos y descalificarnos a comprender qué es lo que ocurre en nuestro cuerpo y en la sociedad en la que éste se mueve.
3. Entonces, ¿las hormonas determinan completamente nuestro comportamiento? Esto es muy peligroso pues es realmente esencialista.
Nada determina completamente nada. Las hormonas influyen en el comportamiento y viceversa. Que seamos carne, humor y huesos no significa que sólo seamos esto. También somos un cuerpo social, un cuerpo sexual… Lo que ocurre es que hemos tratado de evitar nuestra carne y su voz debido a los juegos maquiavélicos que una parte de la Ciencia (hay grandes científicxs) jugaron en base al cuerpo y cómo interpretaron éste. Los que descalificaron nuestro cuerpo utilizaron la Religión, y después la Ciencia, como baluartes y por ello salimos corriendo cada vez que alguien trata de hablar del cuerpo desde esta última (la nueva religión). Este pánico es razonable. Pero ocurre que hay que atravesarlo porque, nos guste más o menos, somos porque habitamos un cuerpo. Conocer cómo funcionas tú (tu cuerpo) te da ventaja, además de poder sobre ti misma. Forma parte de la reconquista pues la biopolítica (palabrazo de Foucault) se encarga de gestionar tu cuerpo por ti. Cada vez que alguien obvia su obligación de conocer e investigar sobre su cuerpo, está alimentando el poder que el Estado y Sistema ejerce sobre ella.
Conocer cómo actúa la progesterona me procura libertad en tanto que no siento que mi cuerpo me limite sino que me invita (a veces incluso fuerza) a buscar las situaciones de mayor placer, unidas a la voz de mi deseo
Las hormonas de los cuerpos femeninos provocan estados diferentes a las hormonas de los cuerpos masculinos. Pero ninguna de todas ellas es mejor que otra. El cuerpo, como ente, no entiende de categorías. Esto lo hacemos nosotrxs a través del cuerpo-mente cultivado en esta cultura. La testosterona no es mejor que la progesterona. Aunque a niveles sociales ésta esté más valorada que la segunda. Conocer cómo actúa la progesterona en tu cuerpo te da márgenes para comprenderte y actuar. Posibilita un enfoque más amplio en la toma de decisiones. Para mí procura mayor libertad en tanto que no siento que mi cuerpo me limite sino que me invita (a veces incluso fuerza) a buscar las situaciones de mayor placer, aquellas que están directamente unidas a la voz de mi deseo. Porque el cuerpo no busca la superviviencia, el cuerpo busca vivir placenteramente, y esto es un auténtica revolución en nuestra cultura del deber y sacrificio. Cultura heredada de nuestros patriarcas y que tanto nos cuesta desterrar de nuestro cuerpo.
Los comportamientos que adoptamos según la química que producen ciertas hormonas sí se ven marcados por la cultura y cómo hayamos aprendido la categoría género. En todo caso, esto es lo susceptible de ser valorado como esencialista. No la química en sí misma. La clave está en reinterpretar estos efectos químicos de modo que podamos abandonar la dicotomía cultural de los géneros: hombre- mujer.
De nuevo, conocer cómo funcionamos y cómo opera la cultura en nuestro cuerpo, son las claves.
https://www.youtube.com/watch?v=yjEdabMgbtI
https://www.elcaminorubi.com/
¿Qué conoces sobre la eyaculación de personas asignadas mujer al nacer?
En esta nueva entrada os introducimos en un tema que aun a día de hoy, sigue siendo tabú. Mónica Quesada Juan, sexóloga desvela todos los secretos sobre la eyaculación de personas asignadas mujer al nacer en este maravilloso artículo de la página Pikara Magazine.
“¿Existe la eyaculación o es un mito urbano? Si existe, ¿cuál es la explicación fisiológica? Y más importante: ¿cómo alcanzarlo?”
Efectivamente, aún a día de hoy, sigue existiendo la duda de si la eyaculación existe a pesar que ya Aristóteles habló de ello e incluso Freud llegó a afirmar que “el jugo del amor” era otro síntoma de histeria (¡otro más!). Pero como todo lo referente a la sexualidad, se ha mantenido en círculos íntimos. El desconocimiento ha llegado a tal punto que algunas personas asignadas mujer al nacer fueron intervenidas quirúrgicamente porque se pensaba que tenían pérdidas de orina durante la excitación y el orgasmo.
Las responsables de la eyaculación son las glándulas de Skene, que producen un líquido compuesto por glucosa, fructosa y fosfata ácida prostática que se expulsa por la uretra
Estas “pérdidas de orina” no son tales puesto que la expulsión de fluido (de cantidad variable) que acompaña a algunas asignadas mujeres durante el orgasmo y es expulsado a través de la uretra, es la eyaculación. Así pues, la eyaculación existe y la mayoría de las asignadas mujeres pueden disfrutarla. Tal vez lo estéis haciendo ya sin ser conscientes de ello. Me explicaré desde el principio:
Las responsables de la eyaculación son las glándulas de Skene y forman parte de la próstata. La próstata se encuentra situada a lo largo de la uretra envolviéndola. Mide aproximadamente 4 cm de longitud, el mismo tamaño que el hueso del pubis, y 1,9 cm de ancho. Dichas glándulas se localizan en la pared anterior de la vagina, alrededor del orificio externo de la uretra, cerca de donde se sitúa la Zona G (de la que hablaremos en otro artículo). Según las casi inexistentes investigaciones, el 80% de las asignadas mujeres las posee, conformando así la próstata femenina cuyas funciones siguen siendo investigadas.
¿Qué por qué no lo tienen todas las asignadas mujeres? Porque es una zona residual. Durante la gestación, todas las personas tenemos vagina y, a partir de ahí, seguimos desarrollándonos como tales o con pene. Pensamos que los sexos son muy diferentes, pero las diferencias son mínimas. Así, el tejido prostático puede desarrollarse en la asignada mujer aún sin tener, aparentemente, una función definida. Y digo “aparentemente” porque está claro que una función tiene, ¿no te parece? Aunque, ¿quién sabe? Tal vez en unos años las investigaciones llegan a una conclusión porque hasta ahora poco se sabe de esta zona. Lo que sí se sabe es que estás glándulas de Skene secretan líquido prostático que es expulsado mediante las contracciones del orgasmo o cuando están llenas. El líquido expulsado es variable, pudiendo ir de unas gotas a unos chorros, y está compuesto por glucosa, fructosa y fosfata ácida prostática. Por ello al principio comentaba que tal vez eyaculéis sin ser conscientes de ello.
Al actualizarme buscando datos sobre el tema, he encontrado información a menudo confusa. Y no he podido más que cabrearme ante tal despreocupación con respecto a la sexualidad y, en concreto, la de la asignada mujer. No hay más que ver que cuando surge algún descubrimiento (léase multiorgasmo, punto G, eyaculación femenina, etc.) se habla mucho, pero se sabe e investiga poco. Y una de las razones es porque estos descubrimientos tratan sobre la sexualidad y el placer, y no únicamente sobre la reproducción. En esta búsqueda de información y acumulación de asombros, he encontrado varias cosas que me han resultado bastante curiosas:
Llama la atención el empeño en comprobar si es orina o no. Asociarlo a una disfunción ha llevado a muchas mujeres a inhibir ese proceso natural
Me llama poderosamente la atención el empeño en comprobar si la eyaculación era o no orina. Todas las investigaciones que he encontrado (que han sido pocas, también hay que decirlo, y no por falta de búsqueda precisamente), no se proponían analizar qué componentes contiene la eyaculación, que habría sido un buen punto de partida, sino que la hipótesis a comprobar era si el fluido expelido durante el orgasmo era orina. La posibilidad de que pueda ser orina parece ser de suma importancia. Con ello volvemos a la misma mecánica de siempre: si aparece algo que no conocemos y encima se disfruta, se intenta asociar a una disfunción. Y, como ya sabemos, en Occidente nos gusta estudiar todo lo que tenga que ver con enfermedad en vez de investigar porqué una persona se mantiene sana. Si algo escapa de nuestro entendimiento, nos centramos en qué es lo que no encaja en vez de disfrutarlo sin más.
Como comentábamos antes, hubo asignadas mujeres que llegaron a ser intervenidas quirúrgicamente porque pensaban que tenían pérdidas de orina durante el orgasmo. Todo ello viene por el desagrado aprendido hacia los fluidos corporales femeninos. Y, si hablamos de orina, ya se acaba el mundo. No creo que cuando se vio al asignado hombre eyacular por primera vez fuese todo el mundo a por sus aparatos quirúrgicos para comprobar si era o no orina. Y todo ello conlleva que muchas asignadas mujeres vivan una reacción placentera de una manera trágica, llegando a inhibir un proceso natural del cuerpo.
Se puede producir estimulando el clítoris, pero para muchas funciona mejor estimular la Zona G.
Por otra parte, se asocia la eyaculación con el Punto G pero no son necesariamente lo mismo. La eyaculación se puede producir estimulando el clítoris o cualquier otra parte del cuerpo que pueda desencadenar un orgasmo. A muchas asignadas mujeres les resulta más accesible mediante la estimulación de la Zona G (situada en la pared anterior de la vagina con la extensión de una falange del dedo aproximadamente) porque, al presionar la zona, las glándulas de Skene también son presionadas estimulándolas directamente y provocando la eyaculación.
Hablando de asociar, también se asocia la eyaculación al orgasmo, pero no necesariamente van unidos. Se puede producir la eyaculación al presionar la musculatura pélvica, o bien al dar a luz, o bien cuando las glándulas de Skene se llenan; sólo que en estos casos se asocia a pérdida de orina, pero puede no ser así puesto que no tiene el mismo olor, es casi inodora, trasparente y con un ligero sabor salado.
Se puede facilitar relajando la musculatura de la vagina al notar las contracciones del orgasmo. Si te entran ganas de orinar, date permiso y disfruta, porque esa es la sensación que precede a la eyaculación
Y, por supuesto, también he encontrado comparaciones de qué orgasmos son más potentes que otros, volviendo a delimitar lo que es bueno, malo y mejor. Hay que distinguir entre la sensación física del orgasmo y la sensación subjetiva del mismo. Así pues, no se puede determinar qué orgasmo es mejor o peor, porque para lo único que sirve es para frustrar a toda aquella persona que crea estar fuera de lo “normal”. Y cuando aparece la palabra normal, estamos a una L de convertirlo en norma.
Si no te has dado cuenta de que has eyaculado, plantéate la posibilidad y prueba a darte permiso a tí misma para disfrutarlo. Haz memoria: ¿no te ha pasado nunca que, cuando estabas excitada, te entraron unas ganas de orinar tremendas? Y, en ese caso, ¿qué hiciste? Muchas mujeres optaron por cambiar de estimulación, llegando a perder la sensación e inhibiendo así la posible expulsión de la eyaculación por miedo a orinarse, puesto que dicha sensación es la que precede a la eyaculación. Es en este momento cuando tienes que darte permiso, relajarte y disfrutar del momento. Una manera de facilitar la aparición de la eyaculación femenina es abriendo o relajando la musculatura de la vagina, en el momento en que notes las contracciones del orgasmo, como cuando hacemos pis, y facilitar así la salida del líquido.
Otra de las pocas teorías que existen explica que, si no se eyacula externamente, puede producirse la eyaculación retrógrada; es decir, la eyaculación se redirige hacia la vejiga donde será expulsada posteriormente junto a la orina. De ahí la sensación de muchas mujeres que, aún habiendo orinado antes de mantener relaciones sexuales genitales, sienten la urgencia de ir a orinar cuando dan por acabada la relación o tras el orgasmo.
Tras este reencuentro con la información existente sobre la eyaculación femenina, me encuentro con sentimientos encontrados. Por un lado, sigue entristeciéndome ver cómo todo lo referente a la sexualidad como equivalente al placer y no unido a la reproducción, se mantiene oculto y bajo una sombra de disfunción. “¡El placer por el placer es egoísta!”, nos transmiten. En cambio, me alegra observar que cada vez se visibilizan más las diferentes opciones de disfrute. ¡Disfrutemos de cada palmo de nuestro cuerpo, oculto hasta ahora bajo las ropas de la culpabilidad!
http://www.pikaramagazine.com/2010/12/la-eyaculacion-femenina-esa-gran-desconocidaafinando-el-organo/
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